Doctora en Filosofía y letras, Lengua y Literatura Hispánicas, por la Universidad Complutense de Madrid
Reseñas de las obras publicadas e inéditas
In memoriam de un referente imborrable, por su bonhomía. Bibliógrafo apasionado, contagiaba su entusiasmo a los alumnos. Siempre cordial y conciliador, se le aplicó por consenso el apelativo de “Padrazo”; y, cuando había huelga en la Facultad, asistíamos a su clase aunque faltáramos a las demás, porque tenía la costumbre de llegar con un lote de libros cuidadosamente seleccionado, para “engolosinarnos”.
“Gestos y actitudes «feministas» en el Siglo de Oro español: de Teresa de Jesús a María de Guevara”, Literatura y feminismo. Barcelona: Icaria, 2005; pp. 59-75.
Se utiliza intencionadamente el anacronismo de feministas, porque la intención que anima este artículo es evidenciar cómo muchas mujeres de épocas anteriores al feminismo propiamente dicho, sintiéndose poseedoras de diversas capacidades atribuidas al género masculino, explícita o implícitamente se consideraron dignas de los mismos derechos. Por supuesto, en ellas se encuentra el germen ideológico ―detectable ya en el mundo clásico― que fue evolucionando de modo azaroso, pero progresivo a la vez, hasta convertirse en doctrina social.
El período cronológico analizado focaliza a distintas mujeres del Siglo de Oro, comenzando por Teresa de Jesús (†1582) y concluyendo con María de Guevara (†1683). Sus testimonios «feministas» irradian igual fuerza reivindicativa que la novelista María de Zayas. Por su parte, aunque sea de manera solapada o restrictiva desde distintas situaciones, también alienta un anhelo igualatorio en Ana de Leyva, Catalina de Mendoza, Catalina García Fernández, Marcela de San Félix y Mariana Francisca de los Ángeles.
“José María Sanz García y su meritoria aportación al Banco Nacional de San Carlos”, Anales del Instituto de Estudios Madrileños, 41 (2001); pp. 69-86.
En Madrid ¿capital del capital? (1975), Sanz García había evidenciado un gran conocimiento de la azarosa trayectoria del Banco de España, desde su nacimiento en 1782, como Banco Nacional de San Carlos, hasta que alcanza la plena madurez en 1856 y obtiene el privilegio de convertirse en emisor único de billetes el año 1874.
Ese singular interés hacia tan señera Institución, quizás se debiera a la penosa impresión que le produjo el derribo de su primera sede, en 1969, hasta que ―como él mismo relata― “en el mes de enero de 1970 se demolió su portada y quedó raso el solar”. De ahí que, si no había podido evitar la desaparición física del edificio, intentara contribuir a inmortalizar su historia, para lo cual no escatimó fuentes de investigación, partiendo de los Condes de Sástago, propietarios del palacio situado en la calle de la Luna, donde se ubicó inicialmente el Banco de San Carlos. Y aún hizo más, puesto que obtuvo del XVI Conde de Sástago la donación de un importante volumen de documentos ―por su cantidad y contenido―, para el Archivo del Banco de España, los cuales se describen en el presente artículo, que aporta a la vez otras noticias curiosas poco conocidas.
“La ingeniosa provisora Sor Marcela de Vega”, Cuadernos Bibliográficos, 44 (1982); pp. 59-70.
Del celebérrimo Fénix de los Ingenios Lope de Vega, se sabe con certeza que al menos una hija heredó su numen poético. Fue la monja trinitaria Marcela de San Félix, que alcanzó ochenta y dos años de edad, sesenta y seis de los cuales transcurrieron en el Monasterio de Religiosas Descalzas de la Orden de la Santísima Trinidad, muy próximo al amalgamado hogar que había establecido el genial dramaturgo.
Lo curioso es que, tanto para su bien como para el de las hermanas de religión, pudo realizar dentro de la vida conventual sus innatas aptitudes teatrales de poeta y actriz.
Este artículo expone sumariamente el contenido del único tomo manuscrito que se conserva por puro milagro. Tenía escritos cinco, cuando un confesor incalificable le ordenó que los destruyera…
Otros artículos consultables dentro de esta página web, permiten un mayor acercamiento al extraordinario perfil de tan singular y atractiva autora.
“Libertad en Clausura. Ayer y Hoy” (Edad Moderna y Edad Contemporánea)
“Se dice que el hombre es libre en tanto que se desvincula de lo que lo ata a lo natural, entendiendo por ello tanto lo físico como lo orgánico y aún lo psíquico. La libertad puede encontrarse de este modo sólo en el espíritu.” (Ferrater Mora, Diccionario de Filosofía, México, 1941).
¿Era más opresivo consagrarse a Dios en un convento o someterse a un hombre en el hogar? Para responder a estos interrogantes es preciso considerar en qué condiciones transcurría la existencia de una mujer de la Edad Moderna. El encerramiento propio de la vida conventual ofrecía a nuestras antepasadas soluciones liberadoras, tales como la escapatoria de un matrimonio impuesto, la elevación a niveles sociales de imposible acceso dentro de la laicidad y la sublimación de la cotidianeidad terrenal. Lo evidencian en este artículo la Santa Doctora y Fundadora de la Descalcez carmelitana Teresa de Jesús; la Clarisa Margarita de la Cruz (en el mundo, Infanta Margarita de Austria); la Fundadora de las Agustinas Recoletas Mariana de San José; la Clarisa Estefanía de la Encarnación y la Fundadora del segundo Carmelo de Madrid, Mariana Francisca de los Ángeles.
Pero, puesto que la espiritualidad es atemporal, en la Edad Contemporánea, una de las mujeres más cultas e inteligentes de nuestro tiempo, Cristina de Arteaga (de la Cruz, dentro de la Orden Jerónima), interroga y arguye: “¿Qué sería de nuestro mundo materialista, si apoyadas en los méritos de Cristo, no hubiera tantas almas que, sin cesar, piden y reciben? Por ellas se canaliza la gracia divina.” (En “Escritos, Sevilla, 1991, pp. 299-300).
La respuesta sobre la vigencia de mujeres que siguen buscando su libertad en el claustro, nos viene dada ―entre otras que comprende el artículo― por la Concepcionista María de los Dolores y Patrocinio (más conocida por “La monja de las Llagas”); la Carmelita Maravillas de Jesús; la Agustina Recoleta Misionera Esperanza Ayerbe de la Cruz, y la propia Jerónima Cristina de la Cruz; junto a las cuales figuran algunas que eligieron el martirio, como opción sublime de libertad. Máxima representante de estas últimas, Teresa Benedicta de la Cruz (en el mundo, Edith Stein Courant), se sometió conscientemente al ignominioso exterminio de Auschwitz. Tras su canonización, Juan Pablo II la declaró Patrona de Europa.
“Los trabajos de Persiles y Sigismunda, el a-Dios de Cervantes”, Archivo Ibero-Americano nº 285 (2017); pp. 483-541.
Los trabajos de Persiles y Sigismunda constituye el “a-Dios” de Cervantes, por cuanto es su obra póstuma. Concluida días antes de su muerte (22-IV-1616), esta novela bizantina se publicó en 1617. El acercamiento a la misma, pretende fundamentalmente evidenciar la religiosidad del insigne autor --terciario franciscano--, que reconoce a Dios en el centro del alma. Obra modélica de la Contrarreforma, es una alegoría del peregrinaje humano en busca de la perfección gradual sucesiva (cadena del ser). Su simetría dual, propia del barroco, presenta dos mundos dispares: en la primera parte, el nórdico; en la segunda, el meridional, ejemplificando un itinerario de lo bárbaro a lo sublime. Los diversos episodios se agrupan también simétricamente en cuatro libros, ensamblados de forma indisoluble. La tipología humana mostrada en más de cien personajes, ofrece múltiples perfiles tratados con una evidente paridad genérica. Abundan las uniones matrimoniales, aun cuando hay personajes que asumen papeles individuales, dentro del variado peregrinar a que irremisiblemente está abocado el viator. La pareja humana paradigma de amor sublimado, la representan Periandro (Persiles) y Auristela (Sigismunda). El final precipitado deja un sabor agridulce, que mueve a pensar cuánto le quedó por decir al novelista moribundo…
Madrid en voces magistrales. Ayuntamiento de Madrid / Instituto de Estudios Madrileños. Madrid: Imprenta Municipal, 2003; 62 pp.
Se celebró esta conferencia en Madrid, con motivo de las “Bodas de Plata” del Centro Cultural de la Villa (1977-2002: VEINTICINCO AÑOS DE CULTURA MADRILEÑA), veinticinco años durante los cuales el Instituto de Estudios Madrileños, ininterrumpidamente, impartió un total de trescientas treinta y nueve conferencias, que formaron parte de quince ciclos, sobre diversos temas relacionados con la historia de Madrid.
La conferenciante se tomó el trabajo de seleccionar algunas disertaciones de madrileñistas relevantes, entre las más representativas, para mostrar mediante una especie de compendio antológico el devenir de la Villa y Corte hasta los albores del siglo XX, que relató diacrónicamente, comenzando por: “Madrid desde sus orígenes hasta el final de la Dinastía Austriaca”, seguido de “Madrid bajo los Borbones”.
“Maestras iletradas”, Via Spiritus, 7 (2000); pp. 203-225.
No cursaron estudios universitarios, no tuvieron profesores ni preceptores que cultivaran su intelecto. Lo que aprendieron fue por autodidactismo, visto desde una interpretación racional. Pero, desde una perspectiva espiritual, cabe deducir que su fe en Dios les permitió, además, traspasar las fronteras de lo material y llegar al conocimiento de la Sabiduría trascendente. Evidencia suficientemente tal aserto el reducido elenco seleccionado para este trabajo, si bien son muchos los ejemplos rescatados del olvido, fáciles de constatar en la actualidad.
Las incluidas como referentes son: Ángela de Fulgino († 1309), Catalina de Siena (1347-1380), Juana de la Cruz (1481-1534), Teresa de Jesús (1515-1582), María de la Antigua (1566-1617), y María de Jesús de Ágreda (1602-1665).
“María de Ágreda fue también arcaduz”, La Madre Ágreda una Mujer del Siglo XXI. Soria: Universidad Internacional Alfonso VIII, 2000 (Monografías Universitarias); pp. 79-98.
¿Cómo interpretar la inspiración de que gozaron las dos escritoras objeto de este trabajo? ¿Inspiración divina?, ¿inspiración humana? En cualquier caso, algo que se da a muy pocos seres de modo gratuito e inexplicable. Las místicas Estefanía de la Encarnación y María de Ágreda pueden considerarse genios a lo divino. Superdotadas ambas, nacieron con una tendencia anagógica, que las impulsó al autodidactismo y a la ascesis, en continua ejercitación.
Fueron conscientes de su audacia al escribir sobre temas propios de teólogos reconocidos. Durante siglos, las escritoras adoptaron fórmulas de humildad que obedecían al tópico certero de la inferioridad femenina, por cuanto a las mujeres no se les permitía desarrollarse física e intelectualmente.
Destacables similitudes de las dos franciscanas sugirieron esta comunicación. Entre otras: su conocimiento de las Sagradas Escrituras y los Evangelios Apócrifos; fueron discípulas convencidas de la Virgen María, a la que ambas aplican el apelativo de “Ciudad de Dios”; existe una gran semejanza estructural y de contenido entre Siete Hojas, obra de la que es autora Estefanía de la Encarnación, y la Mística Ciudad de Dios, de María de Ágreda; las sorprendió la muerte en 1665, siendo abadesas. Cabe afirmar que no se conocieron físicamente; pero bien pudo conocer María de Ágreda los escritos de Estefanía de la Encarnación.
“María de Guevara”, Estudios sobre escritoras hispánicas en honor de Georgina Sabat-Rivers. Madrid: Editorial Castalia, 1992; pp. 62-78.
El título completo contiene la aposición en caracteres griegos zoon politikon, concepción aristotélica del hombre como “animal político”. Esta visión del ser humano se aviene con la intrépida María de Guevara, quien vivió activamente la España del siglo XVII. Por azares del destino, a lo largo de su existencia acumuló un número considerable de títulos nobiliarios, posesiones y maridos; pero, sin embargo, la naturaleza le negó herederos directos. Orgullosa de su linaje, de ser española y haber nacido mujer, mantuvo una postura crítica, comprometida y solidaria a la vez, manifestada en reivindicaciones de todo tipo, como acreditan diversos documentos testimoniales que han llegado hasta nuestros días, entre los cuales se encuentran dos escritos primordiales de su autoría: Memorial de la Casa de Escalante y servicios de ella al Rey nuestro Señor y el libro anónimo Desengaños de la Corte y Mujeres valerosas, compuesto por un autor moderno… Por este último merece, de modo especial, la definición ―obviamente anacrónica― de “feminista militante”, puesto que parte del contenido fue revalidado con hechos de singular arrojo y valentía en su vida real.
Hoy las mujeres han logrado alcanzar algunos de los anhelos que defendía María de Guevara, como la incorporación al Ejército y el desempeño de cargos políticos.
Mil ochocientos sesenta y ocho [1868]. Y además de “La Gloriosa”... . Ayuntamiento de Madrid / Instituto de Estudios Madrileños. Madrid: Artes Gráficas Municipales, 1995; 32 pp.
Bien puede considerarse “La Gloriosa” una revolución de inteligencia más que de fuerza, como pone de manifiesto el contenido de esta conferencia. Obviamente, se produjeron los inevitables enfrentamientos militares, que pretendían el destierro de la reina Isabel II. Pero conseguido ese objetivo prioritario, se procuró realizar una profunda transformación social. Concepto clave para esta revolución de 1868, fue la Libertad. Encomendadas a humanistas las directrices políticas del gobierno, éstos intentaron transformar el pensamiento para que cambiara radicalmente la sociedad. De ahí la libertad de enseñanza, la libertad religiosa y el trabajo en cuanto base fundamental de libertad. Un hito para la economía, lo constituye la reforma del sistema monetario. A partir de entonces, la peseta de cien céntimos pasa a ser la unidad monetaria en todos los dominios españoles.
Pero “además”, el mensaje que intenta transmitir la autora es cómo, junto a los fervores patrióticos ―o incluso por encima―, la sociedad vive en medio de diversiones, padecimientos, y los sempiternos impulsos amorosos.
“Monasterios franciscanos desaparecidos, que pertenecieron a la Provincia Observante de Castilla”, El franciscanismo en la Península Ibérica. El viaje de San Francisco por la Península Ibérica y su legado (1214-2014). Actas III Congreso Internacional. Córdoba: Ediciones El Almendro, 2010.
Gran parte de los monasterios desaparecidos, que incluye este artículo, se extinguieron o, cuando menos, quedaron en un estado lamentable para su recuperación.
Resulta escandaloso observar la falta de respeto con que suelen destruirse esos recintos que fueron construidos con una finalidad sagrada. Un deplorable ejemplo lo ofrece el Monasterio de la Piedad, de Guadalajara, del que, a duras penas, se consiguió rescatar el sepulcro de su Fundadora Brianda de Mendoza, cuyos restos nunca pudo imaginar la piadosa señora que acabarían por mantenerse en lugar desacralizado. Asimismo, duele conocer la destrucción irreverente de tantos otros, de los cuales no queda ni rastro, incluidos sus respectivos enterramientos. Pero aún cuesta más aceptar que, detrás del derrumbe de algunos edificios, existen sucias maniobras especulativas, como evidencian los de Nuestra Señora, de El Viso, y el de Santa Clara, de Guadalajara.
No obstante, consuela saber que algunos de los monasterios, aparentemente desaparecidos, subsisten, bien sea “reconvertidos” o cambiada su ubicación. La fraternidad, en este caso inherente a la Orden franciscana, muestra soluciones aleccionadoras, bien de acogida, de fusión…, etc., según se pone de manifiesto ante el lector.
A su vez, resulta inevitable pensar en los fundadores que patrocinaron la construcción de esos recintos espirituales, prioritariamente para alcanzar con mayor facilidad la Patria celestial. Las conclusiones del autor son que, si por una parte el llevar a buen término tales edificios elevó su prestigio en la vida terrenal, desde una perspectiva sobrenatural negociaron ventajosamente, ya que esas donaciones supusieron el trueque de mansiones perecederas por otras indestructibles en la vida eterna.
Mujeres del siglo XVII entre Europa y Madrid. Ayuntamiento de Madrid / Instituto de Estudios Madrileños, Madrid: Artes Gráficas Municipales, 1990; 25 pp.
A lo largo de esta conferencia se suceden mujeres de distintos perfiles y niveles sociales, cuyas vidas transcurrieron entre Madrid y otros territorios europeos, dentro del siglo XVII.
Si bien comienza con una somera relación de las que cambiaron su residencia, por “razón de Estado”, para convertirse en reinas consortes, se atiende más a otras de diversa condición y diferentes circunstancias.
Así, la hija del Emperador Maximiliano Margarita de la Cruz, quien, a su llegada a Madrid procedente de Alemania, rechazó al Rey Felipe II para consagrarse al Esposo divino. Tres Catalinas, que fueron virreinas de Nápoles en sucesivas etapas: las Condesas de Lemos, madre y esposa respectivamente de Pedro Fernández de Castro, el mecenas de Cervantes; y Catalina Enríquez de Rivera, nieta de Hernán Cortés, cuya fidelidad a su esposo el Gran Duque de Osuna raya en el heroísmo. Luisa de Carvajal y Mendoza, audaz misionera seglar, que salió de Valladolid con el propósito de infundir el Catolicismo a los ingleses y murió mártir en Londres, bajo el reinado de Jacobo I. Finalmente, la napolitana Beatriz de Toralto y San Seberino, seleccionada por la curiosidad de su existencia: tras dos matrimonios ―el segundo con un vizcaíno― murió siendo carmelita descalza en el Convento de Santa Ana, de Madrid.
“Mujeres eremitas y penitentes. Realidad y ficción”, Via Spiritus, 9 (2002); pp. 185-215.
En los primeros siglos del Cristianismo, de una parte las persecuciones y de otra, los obstáculos que impedían el perfeccionamiento espiritual, impulsaron a muchos hombres y mujeres a abandonar las ciudades y refugiarse en el desierto, para servir libremente a Dios como solitarios o eremitas.
Dentro de la Hispania romana, desde principios del siglo IV hay testimonios que acreditan la existencia de ascetas y vírgenes, como evidencia el Concilio de Illiberis (300-306 d.C.). De todos modos, es obvio que la Iglesia institucionalizada ―salvo excepciones― no permitía a las mujeres que practicaran la vida eremítica en lugares desérticos.
En este artículo, se presentan cinco personajes tipo pertenecientes a distintas épocas: María Magdalena, María Egipciaca y Genoveva de Brabante, cuyos aditamentos hagiográficos las convierten en arquetipos, mezcla de realidad y ficción; Beatriz, ente de ficción: y Catalina de Cardona, personaje real no exento de ornato hagiográfico.
María Magdalena, la eremita emblemática, es un claro exponente del dilema realidad/ficción, porque, aun siendo anterior en el tiempo, bien pudieron tomarse episodios de María Egipciaca ad exempla de los años ignorados del personaje bíblico. A su vez, así como Genoveva de Brabante pudo inspirar la Beatriz del IX Desengaño, de María de Zayas, María Magdalena y María Egipciaca ―sin descartar a la propia Genoveva― pudieron ser emuladas por mujeres reales como Catalina de Cardona.
La conclusión evidencia cómo a veces la realidad imita a la ficción; otras, la ficción se nutre de la realidad. A veces, la Literatura recrea la vida; otras, la vida se transforma a semejanza de la Literatura.
“Mujeres peninsulares entre Portugal y España”, Entre Portugal e Espanha. Relaçoes Culturais (séculos XV-XVIII), In Honorem José Adriano de Freitas Carvalho, Península, Revista de Estudios Ibéricos, 0 (2003); pp. 209-224.
Este artículo, en homenaje al ilustre erudito José Adriano de Freitas Carvalho, Catedrático de la Facultad de Letras de la Universidad de Oporto, muestra un elenco de personajes femeninos vinculados a la Península Ibérica, cuyos desplazamientos obedecieron a distintas causas. En gran parte, no regresaron a su lugar de origen. La mayoría fue moneda de cambio para satisfacer intereses de todo tipo. Los enlaces dinásticos, por ejemplo, no sólo suponían el traslado de las destinadas a reinas consortes, sino también de las damas que llevaban para su servicio. Emigrantes forzosas, presas de saudade o de morriña.
A modo de ejemplo, desfilan entre otras ante el lector: Isabel, la portuguesa que infaustamente elige Álvaro de Luna para esposa del Rey Juan II de Castilla y, dentro del séquito, Beatriz de Silva. La también portuguesa Infanta Juana, obligada a contraer matrimonio con Enrique IV de Castilla, que pasaría a la historia bajo el sobrenombre de “la Beltraneja”. Isabel, hija de los Reyes Católicos, que la Providencia destinó a ser la esposa del Rey de Portugal Manuel I “el Afortunado”. Su fallecimiento decidiría al rey viudo a contraer segundas nupcias con su cuñada María, de cuyo matrimonio nació Isabel, la bella e inteligente esposa de Carlos V. Juana, nacida de ambos, salió para Portugal como esposa del hijo de Juan III. Aciagas circunstancias determinaron que enviudara, llevando aún en su vientre al futuro rey Don Sebastián. Tampoco pudo disfrutar de este hijo, que se supone murió en la Batalla de Alcazarquivir. A la Princesa Juana, heredera de las cualidades de su madre, se debe la fundación del famoso Monasterio de las Descalzas Reales.
Tras un lapsus originado por la separación entre España y Portugal, y consecuentes desacuerdos, en el siglo XVIII se reanudan los enlaces reales hispano-portugueses. Así, entre otros, el del rey español Fernando VI con la portuguesa Bárbara de Braganza; y el de la española María Ana Victoria con el Príncipe del Brasil, que a la muerte de su padre pasaría a ser José I de Portugal.
Además de las reinas, se incorporan otras protagonistas diversas en cuanto a estado y circunstancias: una mujer soltera por convicción, como lo fue Josefa de Ayala, hija de portugués y española; la singular Duquesa de Aveiro, María Guadalupe de Láncaster y Cárdenas… Incluso, se hace referencia a trasvases religiosos entre víctimas inquisitoriales.
Mujeres y Literatura del Siglo de Oro (Espacios profanos y espacios conventuales). Madrid: SAFEKAT, 2007; 465 pp. Fragmentos.
Esta obra, en gran parte antológica, muestra un elenco de mujeres que protagonizaron los casi doscientos años del Siglo de Oro, período semejante a cualquier otro, en cuanto a egoísmos, pasiones, inquietudes…; pero desemejante respecto a redes de creencias y consecuente jerarquía de valores.
Las trabas impuestas al sector femenino, estimuló en no pocas el autodidactismo, utilizando las lecturas como nutriente principal. Dentro de la literatura profana, han llegado hasta nuestros días obras de diversos géneros, que evidencian la existencia de notables escritoras vocacionales. En cuanto a la literatura de temática religiosa, generalmente se produjo por imperativos espirituales, ajenos a propósitos literarios, aun cuando haya autoras dotadas de una eminente inspiración que las eleva por encima de algunos de sus reputados congéneres masculinos.
La selección de textos ―a disposición del lector entre las obras disponibles― comprende el Sumario; la Introducción; unas pocas autoras sobre las que no se encuentran publicaciones en esta web; y el Apéndice epistolar, que aporta curiosos testimonios de interés para la intrahistoria siempre veraz.
No se ha reproducido el libro completo, fácilmente accesible todavía, ante la perspectiva de una nueva edición digital.
“¿Por qué escribieron las mujeres en el Siglo de Oro?”, Cuadernos de historia moderna. Sobre la mujer en el Antiguo Régimen: de la cocina a los tribunales, 19, Monográfico III (1997); pp. 183-193.
Unas veces por obligación; otras, por gusto o ―inconscientemente― buscando autoafirmarse mediante la revalidación de sus palabras. La palabra escrita les permitió demostrar que podían ser tan aptas como los hombres o más, según las capacidades innatas de que estuvieran dotadas, sin que el sexo coartara su inteligencia. Si tanto ellas como sus antecesoras y continuadoras no hubieran escrito, hoy las conoceríamos únicamente desde el prisma masculino; sabríamos de su actuación tan sólo por lo que historiaran los hombres. Gracias a ese imperativo ineludible, que las impulsó a testimoniar lo que sentían y eran capaces de hacer, hoy podemos reconstruir su historia desde su verdad.
En este artículo, se intenta responder a las principales motivaciones que hicieron escribir a nuestras antepasadas del Siglo de Oro. Siendo la vida el libro que más enseña, las mujeres de aquel período percibieron la cultura que flotaba en el ambiente: representaciones teatrales, academias, certámenes literarios, libros… En muchos casos, salta a la vista que los escritores masculinos con frecuencia las hacían partícipes de sus creaciones, buscando obviamente el beneplácito más que la crítica.
El artículo refleja cómo el gusto e interés por la erudición, las movió a cultivar diversos géneros literarios, tales como: novela, teatro, poesía, historia, exégesis... Caso aparte lo constituye Magdalena de San Jerónimo, considerada precursora de Concepción Arenal, por su tratado sobre legislación penal aplicable a la vida carcelaria femenina. Y aunque abundan las autoras que escribieron impulsadas por causas ajenas a propósitos literarios, muchas de ellas revelan una innata maestría en el manejo de la pluma. De todos modos, permiten descubrir aspectos muy interesantes de la “intrahistoria”, reflejados en sus memoriales autobiográficos, biografías, escritos reivindicativos y, sobre todo, a través de las cartas, cuya inmediatez y amplitud temática hacen de los epistolarios auténticos tesoros informativos.
El médico español Juan Alonso y de los Ruyces de Fontecha pasó por la amarga experiencia de comprobar que su hija Jacinta nacía (ca. 1597) con graves síntomas patológicos, para los que no parecía existir remedio. Extrañamente, bautizada sub conditione, recuperó la salud.
Transcurridos algunos años, el afamado Doctor intuyó la perversión que pudo provocar aquellas anomalías. Fue entonces cuando parece decidirse a escribir el manual Diez Privilegios para mujeres preñadas, utilizando la lengua castellana por resultar más inteligible a las futuras madres; ya que, como expone en la dedicatoria: “[…] todo este libro, trabajo y obra va ordenado a la defensa de buenas mujeres, a enseñar cómo pasen menos mal sus congojosos preñados, y faciliten sus peligrosos partos, defiendan sus criaturas de las fascinantes y aojadoras viejas, sepan dalles el Ama tal cual les conviene, y ellas escoger comadre tal cual les esté bien […]”.
Los recelos del autor estaban justificados. En 1609, tuvo conocimiento de que la partera que sacó a Jacinta del seno materno formaba parte de los moriscos hostiles al Cristianismo. Ella misma declaró la satisfacción que le producía ensañarse con las criaturas recién nacidas, por odio a la religión católica.
Con frecuencia, las intenciones maléficas producen efectos contrarios a la pretensión que las anima. Así le ocurrió a la partera morisca. De hecho, Jacinta Fontecha, la criatura que procuró aniquilar desde su nacimiento, alcanzó la salud física; la perfección espiritual, consagrada a la vida religiosa dentro de la Orden franciscana de Santa Clara; y, además, fue la motivadora de un libro altamente beneficioso para las mujeres de su tiempo.
“Recreación dramática de tres santas portuguesas”, Vía Spiritus, 10 (2003); pp. 183-212.
Isabel, Irene y Beatriz, tres mujeres cuya trayectoria espiritual puede considerarse una “recreación” de sí mismas. Los hagiógrafos se limitan a presentarlas como modelos ejemplarizantes de santidad. Pero, sus vidas fascinantes y fecunda personalidad también despertó el interés de afamados dramaturgos, para recrearlas en comedias de santos, un subgénero teatral ampliamente aceptado por el público del Siglo de Oro.
Los respectivos autores de las obras analizadas en este trabajo siguen la normativa del Arte nuevo de hacer comedias, preceptiva transgresora que implanta Lope de Vega, con aceptación unánime. El propio Calderón de la Barca se suma a la misma, si bien aporta mayor profundidad a los contenidos.
Aun cuando Lope impulsa de manera evidente el protagonismo de las mujeres, son principalmente los seguidores de Calderón quienes plantean con mayor contundencia el discernimiento y capacidad decisoria de los personajes femeninos. En Rojas Zorrilla, por ejemplo, es notorio el énfasis que pone en mostrar un perfil de mujer casada con rasgos definitorios que subrayan su individualidad, como puede observarse en Santa Isabel de Portugal.
En cuanto al tratamiento dramático dado a las tres santas “recreadas” e intencionalidad que anima a los respectivos autores, cabe deducir:
En La margarita del Tajo que dio nombre a Santarem, la portuguesa Ángela de Acevedo responde a un impulso devocional y patriótico.
En La gran comedia de Santa Isabel Reina de Portugal, los aditamentos seudo-históricos que introduce Francisco de Rojas Zorrilla permiten intuir, junto a la temática religiosa, cuestiones sicológicas y un relevante trasfondo político.
En las obras dedicadas a Beatriz de Silva por Lope de Vega, Tirso de Molina y Blas Fernández de Mesa, se pone de manifiesto la intención de promover el reconocimiento de la Virgen sin mácula, habida cuenta de que la Orden de la Inmaculada Concepción constituye un pilar de gran trascendencia testimonial para la creencia que llegaría a convertirse en dogma.
“Reliquias en textos y contextos femeninos”, Via Spiritus, 8 (2001); pp. 185-218.
Desde comienzos del Cristianismo es fácil hacer un seguimiento al culto de las reliquias, cuyo máximo exponente de sacralización lo constituye la exigencia de situar los altares sobre reliquias de Santos. Sabemos que en Roma no se admitió la fragmentación de los cuerpos hasta el siglo VIII. Tal costumbre parte de Oriente.
El primer tráfico importante de reliquias se produce a partir del siglo VII, como consecuencia del traslado de los restos humanos existentes en las catacumbas romanas a basílicas de toda Europa. En nuestra Península, la invasión de los árabes supone el trasiego de reliquias desde las zonas que iban siendo conquistadas a las de dominio cristiano.
Sin duda, la polémica más encarnizada con respecto al tráfico de reliquias, así como al culto y veneración de las mismas, se encuentra en la Pre-Reforma, destacando las voces contrarias de los reformistas seguidores de Erasmo.
La acumulación de los poderosos alcanza límites asombrosos, sobre todo durante el reinado de los Austrias. De hecho, las reliquias están presentes en cualquier acto solemne.
Este artículo focaliza a las mujeres que fueron acumuladoras, depositarias y administradoras de reliquias; de manera especial, a las que además las generaron. Los personajes presentados a modo de ejemplo, conocidos unos más que otros, son todos ellos portadores de informaciones que probablemente sorprenderán al lector curioso; de modo singular, a los interesados por la tanatología, relacionada en este caso con el mundo religioso.
“Ricardo León y Román: Morir, pero no cejar”, Anales del Instituto de Estudios Madrileños, 28 (1990); pp. 645-656.
Hombre fiel a sí mismo e infatigable artífice del lenguaje, si tanto éste como sus propios ideales pueden parecer hoy obsoletos, siempre merecerá admiración su actitud vital de continuo y renovado esfuerzo al servicio de aquello en lo que él creía.
Nacido en Barcelona el año 1877, residía en Málaga cuando el periódico La Unión Mercantil sacó a la luz sus primeros versos, en 1893. Había muerto el padre. La situación del hogar era sumamente precaria. En 1901, ve publicado su primer libro (Lira de bronce); y, además, aprueba los exámenes de escribiente, para la Sucursal del Banco de España en Santander. Ese destino le permitirá ejercer paralelamente el periodismo y mantener relaciones con literatos de la talla de Marcelino Menéndez Pelayo, José María de Pereda, etc. El año 1910, consigue un traslado a la sede del mismo Banco oficial en Madrid, donde se quedará para siempre. Propuesto por Antonio Maura, José Echegaray y Francisco Rodríguez Marín, ingresa en la Real Academia de la Lengua Española el 17 de enero de 1915. El Banco de España lo agasaja con una edición de sus obras completas, en la que colaboran el grabador Enrique Vaquer y el escultor Coullaut Valera. Muy a distancia de su condición de Académico, en la institución bancaria asciende a la categoría de oficial primero el año 1931.
El 3 de diciembre de 1943 es nombrado Bibliotecario perpetuo de la Real Academia Española, donde debería residir por razón del cargo. Poco o nada pudo disfrutar de ese privilegio, ya que tres días después, el 6 del mismo mes, muere a consecuencia de una angina de pecho.
El 19 de diciembre, su querida e incondicional esposa María del Carmen Garrido entrega en la RAE la medalla que tan merecidamente había ostentado bajo el lema “Morir, pero no cejar”.
“Testamentos de Mariana de Neoburgo”, Anales del Instituto de Estudios Madrileños, 30 (1991); pp. 293-315.
El 19 de julio de 1740, se abren las puertas del Monasterio franciscano de las Descalzas Reales, en Madrid, para acoger el corazón y las vísceras de Mariana de Neoburgo, última reina de la Casa de Austria, fallecida tres días antes en Guadalajara.
Había transcurrido medio siglo desde que su matrimonio con Carlos II ―celebrado el año 1690―, alimentara la esperanza de conseguir un heredero para el trono. Pero la suerte le fue adversa, no sólo como esposa y madre frustrada, sino que sus actuaciones políticas resultaron ineficaces. A mayor abundamiento, tampoco gozó de buena salud. Una década de turbulento reinado impidió los logros deseables. Y, ya fuera del trono, los fracasados conatos de resistencia a la nueva dinastía borbónica, concluyeron con su destierro a Bayona en 1706.
Casi la mitad de su existencia transcurrió aherrojada por un exilio tedioso, atenuado apenas por nimias evasiones. A través de su larga trayectoria vital, experimentó opulencia y penuria, lisonja y desprecio, solicitud y abandono, lealtad y engaño, ¿amor?... Sorprende por tanto la benignidad y asepsia de los testamentos, que se pone de manifiesto, tanto en la primera redacción (1730), como en la segunda (1737), transcritas y a la vez comentadas someramente en este artículo.
“Ubi sunt? El Monasterio de la Encarnación (OIC), de Escalona, en espera del retorno”, Archivo Ibero-Americano, nº 280 (2015); pp. 109-150.
El Monasterio concepcionista de la Encarnación, de Escalona (Toledo), objeto del presente artículo, tuvo su origen en el beaterio de «las Gasquinas», instituido por Francisca Gasquina en 1510. La incorporación al mismo de una hija de los II Duques de Escalona determinaría que ambos esposos optaran por la fundación de un Monasterio adscrito a la Orden de la Inmaculada Concepción, entonces muy en auge por contar con Regla propia desde 1511. El edificio definitivo se inauguró el día de Santiago Apóstol de 1525. Como queda suficientemente reflejado, responde a un modelo tipo de fundaciones religiosas propias del siglo XVI, realizadas por nobles poderosos, que, además de satisfacer inquietudes espirituales y cotas de prestigio social, pretendían asegurar el porvenir de buena parte de su descendencia femenina. El sucinto seguimiento que se hace a la historia de este recinto monástico, hasta su clausura provisional, permite observar otras características comunes a la vida claustral, cuya actual situación evidencia la crisis vocacional de nuestro tiempo.
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