Maria Isabel Barbeito Carneiro

Doctora en Filosofía y letras, Lengua y Literatura Hispánicas, por la Universidad Complutense de Madrid


APUNTES AUTOBIOGRÁFICOS

“Contemplando cómo se pasa la vida…”

A mí ahora me ha llegado el momento de contemplar, obligada por la  inmovilidad física que me atenaza desde hace años. No obstante, parece que una llamada se acerca a despertarme del letargo mental. Mi existencia, curiosamente, viene transcurriendo entre los que me catapultan sin permitir que me asome siquiera a una rendija, y los que me tienden una mano para que siga peregrinando campo a través. De ahí que intente agarrarme a la mano que me acaban de tender, para aproximarme a quienes quieran dedicarme algunos ratos de su ocio.

Comenzaré por lo que considero esencial “acerca de mí”:


Llegué a este mundo dentro de la cuarta década del siglo XX, en la ciudad de La Coruña (Galicia, España). Di los primeros pasos y pronuncié las primeras palabras en México DF (hoy Ciudad de México). Desde muy niña, mi vida transcurrió habitualmente en Madrid (España). Ahora he regresado a mi tierra natal, para residir en ella.  

Nací por deseo ferviente de mi madre y sin mucho entusiasmo de mi padre. Aventurero y atractivo él; ingenua y bellísima, ella. Ambos formaban una “pareja de cine”, como se les calificaba por entonces. La chispa saltó y contrajeron matrimonio.

Yo llegué años más tarde. Apenas contaba seis meses de vida, cuando –a instancias de mi caprichoso progenitor–, salimos para México. Allí nos acogieron con entrañable cariño el hermano mayor de mi padre, su esposa mexicana y dos hijos de unos 6 y 10 años. Fue una etapa que mi madre siempre recordó con profundo agradecimiento y me transmitió de tal modo que sigo unida a esa rama familiar, muy numerosa actualmente.

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Foto.- Isabel niña con su madre.

Apenas dos años duró nuestra estancia en la capital mexicana, debido al riesgo que suponía su altura para el corazón de mi madre. Di por entonces mis primeros pasos y comencé a pronunciar las primeras palabras con el atractivo acento de ese entrañable país.

El regreso a España, directamente a Coruña, fue desafortunado, percibido como intrusismo por un hermano de mi padre que ambicionaba apoderarse del negocio familiar… Situaciones muy desagradables concluyeron con la marcha del repudiado hacia América y el asilo de mi madre y mío en casa de mis abuelos maternos, un “exilio” lleno de cariño y satisfacciones, que recuerdo como una etapa feliz. Porque mi madre asumió su rol de manera insuperable, así como mi abuelo ejemplarmente el de progenitor. El carácter fuerte de mi abuela, se hacía tierno conmigo. Otras personas también contribuyeron a favorecer mis vivencias infantiles.

El Colegio Dequidt, mi primer Colegio, dejó una huella felizmente indeleble. Su lema: labor omnia vincit, me ha acompañado siempre.

Tras un fallido intento de mis padres para establecerse en Madrid, mi padre salió para probar suerte en Brasil, regresando mi madre y yo al hogar de acogida de mis abuelos. Las manos primorosas de la que había propiciado mi venida al mundo, le permitían disponer de ingresos suficientes para costear mi formación. De hecho, en esta segunda etapa inicié clases de pintura con María del Carmen Corredoyra; y, paralelamente, adquirí conocimientos administrativos, para incorporarme, si convenía en un futuro, a la vida laboral.

Al fin, la necesidad de vivir con su esposa e hija venció el afán de aventuras y, tras diversas vicisitudes, los seis idiomas unidos a la cultura que poseía, le permitieron a mi padre dedicarse al turismo en Madrid, ciudad que se había ganado nuestras preferencias.

Obviamente, era necesario colaborar en el proyecto común de un hogar definitivo. Aunque adolescente, comprendí que mi contribución también sería válida. Eso sí, tendría que dejar ilusiones artísticas, quizás para siempre o durante largo tiempo, y dedicarme a las áridas  tareas administrativas. La abnegación de mi madre no merecía menos.

Y comencé a los quince años mi andadura laboral. Paralelamente, buscaba compensaciones. En Madrid tuve el privilegio de que me diera clases de pintura Pilar Álvarez de Sotomayor (hija de Fernando Álvarez de Sotomayor); a su vez, participé en grupos teatrales de aficionados, dentro de los cuales hice amistad con otra persona de entrañable recuerdo, la religiosa María Javier Gasulla.

Los años 60 fueron pródigos en acontecimientos de distinto signo, entre otros: fallecieron mis queridísimos abuelos; mi padre obtuvo el carnet definitivo de Correo Guía Intérprete de Turismo; cambié mi vida laboral de la empresa privada a organismos públicos…

En la década de los 70 también experimenté cambios sustanciales: ingresé en la Universidad y, tras obtener el título de Licenciada en Filosofía y Letras, comencé las clases necesarias para el Grado de Doctor.  Laboralmente, aprobé el ingreso para la Central  del Banco de España…

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Foto.- Autora con la paloma de la paz.

La década de los ochenta no anduvo a la zaga de las anteriores: en 1981, conocí al que llegaría a ser mi marido; en 1982, vio la luz mi primera publicación (Vs. la Bibliografía).
El 24 de enero de 1986, fue un día singularmente feliz. Los 7 años que dediqué a la tesis doctoral Escritoras madrileñas del Siglo XVII (Estudio bibliográfico-crítico), habían merecido la pena. Obtuve la calificación de Apto cum laude, nota máxima que se otorgaba entonces.
En 1988, pasé por el trance más doloroso de mi vida: el “a-Dios” de quien no sólo fue una madre insuperable, sino el mejor referente y la mejor amiga. Fue el suyo un verdadero amor de “agapé”.

En la última década del siglo XX, perdí a mi querido padre y contraje matrimonio.

El primer lustro del siglo XXI, me permitió jubilarme.  Intensifiqué entonces mis actividades literarias y estuve a punto de impartir unos cursos que me proporcionaba Fulbright en la Universidad de Nuevo México. Renuncié por no dejar solo en Madrid a mi marido, afectado por problemas de salud.

En 2015, me quedé viuda, lo cual supuso obviamente un nuevo cambio en mi vida. Ese decir “a-Dios” decidió que iniciara mayores contactos con La Coruña, especialmente con mi prima-hermana Delfi, cuya edad avanzada y abandono afectivo me movieron a visitarla muy a menudo. En Madrid, seguía escribiendo algunos artículos (Vs. la Bibliografía), a la vez que mantenía actividades literarias de diversa índole.

Diríase que mi existencia transcurría con aceptable plenitud hasta que se vio súbitamente truncada. Las causantes fueron cuatro bacterias, que se adelantaron al Covid-19 aproximadamente un mes. Desde entonces, la invalidez de la pierna derecha, producida por la pérdida de parte del nervio ciático, me impuso la dependencia de una Cuidadora permanente.

En febrero de 2023, sufrí una aparatosa caída en mi casa de Madrid, que afectó principalmente al castigado lado derecho. Esto, cuando tenía a la venta el piso de allí para adquirir otro en las afueras de Coruña. Había decidido concluir mi vida junto a la ciudad donde nací y a las personas queridas que me quedaban en ella. Si inicialmente me pareció un proyecto arriesgado, ahora se mostraba irrealizable. Pero lo cierto es que superé este escollo.

Al fin, en julio del 2023, salí de Madrid, trayendo conmigo las pertenencias prioritarias. La llegada a mi nueva residencia resultó decepcionante. Las dificultades aumentaron al tener que marcharse mi cuidadora a su país por el agravamiento de la madre. Durante meses, me sentí  desconcertada. Afortunadamente, contacté al azar con una empresa que me proporcionó dos cuidadoras inmejorables a tiempo parcial.

El fallecimiento de mi prima-hermana Delfi en el mes de noviembre, recién cumplidos 98 años de edad, fue desolador.  En Navidades, a punto de concluir el año 2023, me sentí afectada por una gripe perniciosa. De no haber sido por esas dos cuidadoras a que acabo de hacer referencia, quizás ahora no podría estar contándolo.

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Foto.- Últimas navidades en Madrid.

La celebración del primer aniversario de mi llegada, bajo los efectos de un traumatismo bastante fastidioso, sólo me permitiría contemplar desde casa una pequeña parte de esa naturaleza exuberante que disfrutaba en mis años infantiles.

Pero hay otro tipo de vivencia que está suponiendo todo un aprendizaje: esto es la amalgama de afectos humanos, que grosso modo me permito dividir en dos familias: 1) Unida por lazos de sangre a la primera, si dependiera de la relación con algunos de sus miembros, podría sentirme condenada a un ostracismo agónico.- 2) La que considero “segunda familia”, a su vez cabe dividirla en dos partes: una, junto a los afectos imperecederos que se encuentran en Madrid, comprende otros en Galicia y otros allende los mares; la última ha llegado recientemente a mi vida, a darme vida, como un sorprendente regalo.

Coruña, 2024


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